Por Cristina Villalpando López
Miguel León-Portilla, historiador, lingüista, antropólogo, etnólogo y filósofo, es asimismo poeta de firme y elevada inspiración, pero ante todo un Universitario de corazón.
Cuando era estudiante de secundaria y me enviaron a estudiar la historia del México antiguo, un libro que no podía conseguir era: La visión de los vencidos de Miguel León-Portilla. Así repetía en cada tienda de libros que mi madre y yo visitábamos, como si el título y el autor fueran lo mismo. En Visión de los vencidos, editada por primera vez en 1957, se reúnen textos donde los indígenas de diversos grupos expresan el significado que tuvo para cada uno la conquista. Obra muy leída y de gran difusión en todo el país empleada en muchas escuelas como libro de texto, con el fin de introducir a los alumnos en el mundo de los orígenes de México.
Ahora, después de más de dos décadas tengo el privilegio de conversar con el autor de esa bellísima obra. Creo que los vencidos, como él llamó a los indígenas, han sido parte medular de su existencia y son sus personajes, sus vencidos, lo que ha estudiado incansablemente y a quienes ha defendido hasta hoy día.
En su pequeño cubículo del Instituto de Investigaciones Históricas, donde el historiador, entre otras actividades, recibe a sus alumnos, investiga, da asesorías y recibe a los periodistas, escucha la primera pregunta.
¿Cómo fue su primer acercamiento al estudio de la historia?
MLP:Nací en una familia de clase media. Vivimos en la Santa María la Rivera, después en la San Rafael, curiosamente en la calle Joaquín García Icazbalceta, un gran historiador, de modo que parecería un destino. En mi familia, es decir mis padres, no se dedicaban completamente al estudio, pero sí había algunos libros. Desde entonces leí La historia antigua de México, de Clavijero, y tenía un pariente muy cercano (tío) que sí se dedicaba completamente a la investigación, el doctor Manuel Gamio.
¿En dónde realizó sus estudios?
MLP:Viviendo en la San Rafael, estudié la primaria y secundaria en el Colegio México. En esa época, además me la pasé leyendo libros y haciendo visitas a zonas arqueológicas con Manuel Gamio. Ya desde entonces me preocupaba mucho por la historia, me atrapó esta disciplina. De esa época nació también mi interés por Baja California. Recuerdo una anécdota que me marcó: cómo a los diez años, una maestra en la escuela afirmó que Baja California pertenecía a Estados Unidos; la contradije y me sacó de la clase por rebelde. Regresé a la siguiente clase, ya más informado, y le dije que la península pertenecía a México, que esa no nos la habían quitado los gringos.
A los 15 años fui a estudiar a Guadalajara, donde cursé en dos años la preparatoria en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente, un colegio de jesuitas. Reconozco que tuve una formación jesuita y de broma digo que me volví metodista, no de religión, claro, sino de método.
Regresé después a la ciudad de México, pero muy poco tiempo. Decidí irme a California, a la Universidad de Loyola, en Los Angeles, una institución jesuita otra vez. Recuerdo algunos compañeros de esa época, por ejemplo el doctor Pablo Latapí, gran pedagogo y teórico de la educación y que ahora trabaja aquí en el Centro de Estudios Sobre la Universidad (CESU). Trabajamos juntos en la UNESCO, nos hemos encontrado varias veces en la vida y nos vemos con cierta frecuencia.
¿Cómo ocurrió su acercamiento con la filosofía náhuatl?
MLP:Eran los años 48 o 50, cuando para ingresar a la universidad de Loyola tuve que validar mis estudios anteriores, así que repetí para sacar el Bachelor’s y poder ingresar al Master. Para este grado no tuve que revalidar ningún estudio porque había cursado ya el Bachelor’s
Estaba yo en estos estudios cuando cayeron en mis manos algunas traducciones de poesía náhuatl que había hecho el maestro Garibay. Me quedé sorprendidísimo de ver la profundidad de pensamiento. Es muy importante lo que le voy a contar: en la colección de Cantares Mexicanos o lo que llamamos Testimonios de la antigua palabra Huehuehtlahtolli (Personajes portadores de la sabiduría y de lo más elevado de las creencias prehispánicas) hay una filosofía al aire libre en medio de la fiesta, la danza y la música; se dicen pensamientos filosóficos que parecen palabras de los presocráticos, como estos:
Podemos decir palabras verdaderas en la tierra, o sólo soñamos o sólo nos levantamos del sueño, nadie puede decir palabras verdaderas…
A dónde iremos cuando dejemos esta vida, iremos a casa, acaso a la casa del sol allá en alto, o iremos al mundo de los carnados con el señor de la muerte, o todo se acaba aquí sobre la tierra…
Corazón mío a dónde vas, sin rumbo te mueves, o es que sobre la tierra podemos hacer algo con rumbo…
Al leer estas traducciones le escribí al doctor Gamio diciéndole: quiero conocer a Ángel María Garibay. Él me contestó que cuando terminara mis estudios, me presentaría personalmente con él.
En 1951 obtuve la Maestría en Artes en la Universidad de Loyola, de Los Angeles, California. La tesis fue sobre una obra de Henri Bergson que se llamó Las dos fuentes de la moral y la religión.
A mi regreso a México, en 1952, comencé a colaborar con Manuel Gamio en el Instituto Indigenista Interamericano. También tenía mucho interés en revalidar mis estudios en la Universidad Nacional Autónoma de México, porque quería sacar un doctorado. Por esos días la Universidad estaba de vacaciones. Hubo una feria alemana de productos y como no tenía casi ni un quinto, me ofrecí de intérprete. Prácticamente fue mi primer trabajo en México después de mi estancia en California.
¿Qué recuerdos tiene de sus estudios doctorales en la Facultad de Filosofía?
MLP:Primero me inscribí en la Facultad de Derecho, porque tenía que vivir de algo y unos parientes ricos que se apellidan Cortina Portilla, dueños de empresas como Fianzas México, me invitaron a trabajar con ellos y me dijeron que tenía que estudiar derecho. Así que estuve tres años en Derecho, donde saqué muchos dieces y tuve maestros muy buenos como el Chato Noriega. Recuerdo que tuve condiscípulos muy buenos, como Miguel González Avelar, Fabre del Rivero, y la mayoría se dedicó a litigar o a trabajar en el gobierno. Me di cuenta de que en Derecho muchos quieren ser gobernadores, lo cual nunca me llamó la atención; los cargos de poder no me atraen. En esta carrera debo confesar que me gustaba mucho las teorías del derecho, del Estado, derecho romano; pero eso de litigar, que aunque lo hice muy poco, no me gustaba.
Después trabajé con Gamio como secretario en el Instituto Indigenista y decidí revalidar mis materias para entrar a Filosofía, lo cual me costó mucho trabajo porque me pusieron muchas trabas. Cuando hice mi propio programa para el doctorado con el padre Garibay –el director de ese entonces era don Julio Jiménez Rueda y después fue el doctor Francisco Larroyo—, en esa época ya querían hacer doctorados a la carta, es decir, en lugar de estudiar materias sueltas como en la licenciatura, tuve tantas dificultades para inscribirme, en servicios escolares no aprobaban mi programa de estudios; pero finalmente lo logré, moviendo mar y tierra lo conseguí, y el doctor Garibay me ayudó muchísimo.
¿Cómo comenzó su relación con el padre Garibay?
MLP: Recuerdo cuando lo fui a ver a su casa, allá por los rumbos de la Villa de Guadalupe, en la calle Buen Tono 347, creo que es la colonia Industrial. Me dijo: lo puedo tomar como discípulo cercano si veo que da chispa y estudia; me dio unos textos y me dijo que fuera en ocho días; pero si veía que yo no había aprendido lo que me estaba dando, era mejor que ni viniera. Me dijo: yo no pierdo el tiempo. Ya cuando me presenté la siguiente ocasión dijo que sí me quedaría con él. Desde 1952 hasta l967, para ser exacto durante 15 años, frecuenté al doctor Garibay dos veces por semana; llegaba como a las seis de la tarde y salía como a las nueve de la noche.
Fue cuando empecé a estudiar náhuatl. Y estuve trabajando arduamente con él para presentar mi tesis de doctorado, los sinodales que tuve en el examen fueron: presidente, el doctor Francisco Larroyo, quien decía que debe estar loco el que piense que las culturas indígenas tienen una filosofía; además, el maestro Juan Hernández Luna, Juan Comas, Justino Fernández y el doctor Ángel María Garibay. Presenté en agosto de 1956 mi tesis doctoral: La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, acreedora en el examen a Summa cum laude.
¿Aparte del padre Garibay, quiénes han sido sus guías o maestros?
MLP: Manuel Gamio, quien es considerado el iniciador de la antropología y arqueología modernas en México. Él hizo las primeras excavaciones extratigráficas en Azcapotzalco, descubrió el Templo de Quetzalcoatl en Teotihuacán, descubrió la ubicación del Templo Mayor de Tenochtitlan, un hombre verdaderamente extraordinario.
Manuel Gamio fue uno de mis guías porque él me llevaba de niño con mis hermanos y primos a Teotihuacan, a Cuicuilco.
Otro personaje que también influyó en mí fue don Eduardo Noguera, gran conocedor de la cerámica indígena. Con él visité las principales zonas arqueológicas de México, siendo yo muy joven. Estos personajes influyeron para sentirme atraído por la historia de mi país.
Son dos los intereses vitales en mi vida: la historia con los antecedentes, claro, de la arqueología y la antropología, puesto que es imposible que un historiador del mundo prehispánico no tenga conocimientos de estas disciplinas, además de la lingüística. El otro interés muy grande es la filosofía, y a las dos las he considerado no como disciplinas ajenas a mí sino como algo que me conciernen íntimamente y le concierne al país en el que hemos nacido. Cuando estudié filosofía me planteaba problemas, pero como una pregunta vital propia. Al final, curiosamente el mundo indígena viene a confluir con la filosofía.
Es impresionante la energía que emana el doctor León-Portilla cuando está explicando lo que es su vida, es decir, la investigación de los indígenas. De sus pequeñas manos salen palabras enérgicas, certeras y a la vez poéticas, cuando se refiere a sus pasiones: académicas y de investigación. Cuando llegamos al punto de la Universidad, toma un pequeño receso y suspira para hablar de otra de sus pasiones.
¿En su trayectoria como universitario, qué acontecimientos le han dejado huella?
MLP: Yo he visto a la Universidad como estudiante y después como investigador, como profesor de la Facultad de Filosofía y Letras; la he visto como director de este Instituto (Investigaciones Históricas) durante dos periodos, la he visto como miembro de la Junta de Gobierno y la veo ahora como investigador emérito. Si quisiera estaría jubilado, ya tengo 75 años; pero no pienso jubilarme nunca, a menos que ya no pueda caminar o a menos que mi mujer me diga que ya estoy diciendo tonterías y lo mejor será que me quede en mi casa. Pero mientras esto no suceda…
Pero en fin… he visto tantas cosas en la Universidad. Vi como abrieron sus puertas. Estaba esto muy vacío, habían muy pocos edificios. Algunas personas decían que para qué hacían este monstruo que jamás se va a llenar. ¡Así decían!. Es una cosa gigantesca que no va a servir, ni soñando van a estar 10 mil estudiantes. La Facultad de Filosofía estaba muy limpiecita. Una situación terrible que viví fue cuando vejaron al doctor Ignacio Chávez, que era rector. Estábamos con él en la Torre de la Rectoría y unos individuos, de algunos me acuerdo perfectamente del nombre, decían que lo iban a encuerar y a emplumar si no renunciaba. Y dijo: pues no renuncio, y todos los directores hicimos un cerco para que estos individuos no se le acercaran. Algunos de estos individuos tuvieron después cargos políticos prominentes, pero ya no digo más porque me da más que vergüenza; y decían que eran universitarios, pero era nadamás para escalar cargos. Recuerdo que cuando nos fuimos a la casa del doctor Chávez, el secretario particular le dijo: señor rector, le llama el presidente Díaz Ordaz, quiere hablar con usted; y Chávez le dijo: dígale que yo no tengo ningún interés en hablar con él. Pero señor rector, dijo el secretario. Chávez le recalcó al secretario: óigame bien, dígale al señor Díaz Ordaz que no tengo ningún interés en hablar con él. Y me supongo que eso fue lo que propició la caída del doctor Chávez. Fueron momentos terribles, cuando la Universidad quedó acéfala. Se discutía si la Junta de Gobierno debía o no aceptarle la renuncia, sabía que era ya casi imposible continuar. Uno de los grandes problemas de los rectores es la relación con el gobierno en turno, porque si se entregan a él, malo; pero si lo enfrentas, también malo. Entonces tienes que andar como dice un texto náhuatl: por el medio se anda por el medio se vive, porque si se entrega, fatal, y si se enfrenta, nadamás le reducen el presupuesto y lo ahorcan por ahí. Ese momento terrible que fue en 1966 de alguna manera fue el antecedente de lo que ocurrió en el 68. Presencié y viví todos esos años.
¿Cómo vivió el movimiento del 68?
MLP: El 68 fue realmente terrible, y algo que fue muy importante es que los maestros nos mantuvimos junto a los estudiantes, porque si nos hubiéramos apartado, quién sabe qué hubiera ocurrido. El diálogo no fue bueno, aunque muchos eran de buena intención. Como habían pasado muchos actos despóticos del gobierno de Díaz Ordaz, había una actitud muy antagónica con él y él fue muy duro respecta a la represión. No tuvo ni siquiera el mérito de aceptar la responsabilidad de esto. Hubo comisiones de universitarios que fueron a ver a Díaz Ordaz; yo no participé en ninguna de éstas. Fue terrible cuando vimos que el ejército entraba a la Universidad, el estar cerrada, ocupada por el ejército, después la noticia del 2 de octubre. Recuerdo que yo fui uno de los primeros que entramos después de estos acontecimientos con el doctor Rubén Bonifaz Nuño y otras personas. Entramos cuando todavía salían los últimos camiones del ejército, entramos por la rampa y nos dirigimos a nuestras respectivas dependencias. Recuerdo que cuando entramos al séptimo piso de la Torre de Humanidades, se oían gemidos. Abrimos la puerta y estaba una pobre señora uruguaya comunista que se había refugiado ahí y nos gritaba: ¡ya no soy comunista, ya no soy comunista! Le dijimos que nosotros éramos universitarios, que no pertenecíamos ni a la policía ni al ejército, entonces se la llevó una ambulancia. Fue terrible, la Universidad quedó tambaleándose, entró el doctor Barros Sierra, que tuvo mucho valor.
¿Qué futuro le ve a la Universidad?
MLP: Yo siempre tengo confianza en la Universidad, creo que es como un ave fénix que parece que se va a morir, pero renace de sus cenizas. La Universidad siempre tendrá vida; tiene tempestades terribles, cada rato vienen las tempestades. Esperemos que con el Congreso Universitario, lejos de tempestades, encontremos cosas buenas. Recuerdo que con el doctor Jorge Carpizo también hubo momentos terribles. Él me pidió que fuera a hablarles a los estudiantes. Les hablé en el auditorio Justo Sierra, alias Che Guevara, y entablamos un diálogo.
Recientemente, en 1999, en los acontecimientos del Consejo General de Huelga (CGH) participé con un grupo de maestros eméritos como Juan Villoro, Adolfo Sánchez Vázquez, López Austin y Rossi. Nos acercamos a los cabecillas de este grupo para hablar con ellos. Les dijimos: nosotros no somos de ningún partido, sólo queremos el bien de la Universidad, y lo que queremos es una solución porque no es posible un año de huelga. Vamos a acabar con la institución. Si ustedes siguen con esto, están dándole un pretexto al gobierno para decir que la Universidad no puede seguir funcionando, vamos a cerrarla y después a ver qué hacemos.
Hay personas que hemos estado de tal manera en la Universidad ya muchos años que, por un lado, queremos mucho a esta institución, en la que hemos creído toda nuestra vida y en el caso mío ha sido muy generosa; yo he procurado servirla con lealtad. He vivido todo. Y tengo fe en la Universidad, yo creo que esta institución que ha tenido, con el antecedente de la otra universidad, la Pontificia, ya casi 450 años, creo que tiene vida por delante y creo que seguirá siendo pública y creo que tiene que seguir siendo un centro de excelencia y creo que su función de formar profesionales es vital para el país, y creo porque es un modelo para las otras instituciones de educación superior y porque creo que si en México no preparamos gente en todos los niveles, el destino de los mexicanos va a ser de trabajadores de mano de obra barata, en las maquiladoras o yendo a trabajar al norte para que les desprecien y les paguen mal.
Creo que la Universidad tiene la capacidad de autogobierno interno para elegir a sus propias autoridades de acuerdo con sus leyes y reglamentos, para administrar su presupuesto, para hacer sus planes de estudio e investigación, sin injerencia alguna del Estado. Ahora, toda esta autonomía no significa soberanía, y el rector no es jefe de un Estado. En ese sentido sí hay limitaciones a la autonomía.
Es igual que con los pueblos indígenas, es exactamente lo mismo; necesitan un autogobierno interno para sus asuntos internos. Piden también tener los medios y recursos para su desarrollo sustentable, piden tener reconocimiento en el territorio donde viven para que ahí puedan ejercer su autoridad, piden también que en sus escuelas se les enseñen la lengua indígena y el español porque son conscientes que sin el español quedarían aislados, ni siquiera se podrían comunicar entre sí, entre grupos indígenas distintos y no podrían participar en la vida política, económica y social del país. No piden soberanía, por ejemplo no he oído que los güaves, quieran hacer la república güave. Y he mostrado en los escritos del doctor Manuel Gamio que él enunció exactamente el derecho a los postulados que coincidieron en los acuerdos de San Andrés Larrainzar; por ejemplo, dice que los indígenas deben tener diputados en las cámaras, nombrados por los territorios indígenas; deben tener sus autoridades tradicionales, y eso no pone en peligro al país. Lamentablemente la ley maquillada que hicieron de las recientes reformas indígenas les niega, por ejemplo, personalidad jurídica y de derecho público. La UNAM tiene personalidad jurídica y es sujeto de derecho público y muchas entidades del país que son de derecho público; pero según la ley modificada son sujetos de interés público, así como recoger la basura es de interés público también.
¿En qué proyecto está trabajando actualmente?
MLP: En el Instituto de Investigaciones Históricas coordino un seminario sobre cultura náhuatl, donde vienen estudiantes de muchos países como franceses, españoles y coreanos. He tenido japoneses, chinos, coreanos, israelíes, alemanes, estadunidenses; y tengo desde hace veinte años nahuas, mixtecos, zapotecos, purépechas. Es un grupo muy interesante porque organizamos encuentros para el fomento de las lenguas. El próximo 27 de septiembre tendremos una reunión en Santiago, Tlacotenco, de hablantes de náhuatl, y para volver a discutir la cuestión de la legislación indígena. Hay una lista de intelectuales indígenas de primera línea, doctorados en Física en Alemania, doctorados en Antropología en Harvard, y pregunto cómo no deben ser consultadas esas personas por el Congreso de la Unión, porque estas reformas que han pretendido no vienen de escuchar a los pueblos indígenas, es mejor que no hubieran legislado nada porque lo que hicieron es una burla, hay muchas voces aquí en el país y además en el extranjero que han protestado. Hay que relacionar el estudio de las culturas antiguas con el presente, y eso me lo inculcó Manuel Gamio porque me decía: no pienses nadamás en los indios muertos, piensa también en los vivos.
Estoy preparando desde hace dos años con TV UNAM diez videos sobre la Visión de los vencidos, con el maestro Adolfo García Videla y con un discípulo mío, Salvador Reyes, entre otros personajes. Todo es en náhuatl, se basa en códices, habrá algunas animaciones tratadas con mucho respeto, y está subtitulada. Algo muy importante es que se hace una analogía con la época actual. Por ejemplo, cuando ocurre la matanza del Templo Mayor, vemos la narrativa en náhuatl, vemos códices donde también se ve la matanza, después se diluye y vemos la matanza de Acteal, Chiapas. Tengo mucha ilusión porque los programas, que serán de 25 minutos cada uno, gusten a la gente, y queremos presentarlos para este fin de año en el Colegio Nacional.
Tengo un proyecto desde hace siete años, hasta me da pena decirlo, de la traducción del náhuatl, con notas y comentarios, de un libro que está en la Biblioteca Nacional, del siglo XVI, que se llama Cantares Mexicanos. Es un trabajo que ya está muy avanzado. Y bueno, yo pienso seguir trabajando mucho, es más, hasta que me muera.
La historia es esencial para poder vivir porque da confianza en sí mismo, es la que le dice quién ha sido y quién es, y dígame usted si puede hacer algo si no sabe quién ha sido y quién es. Nuestra identidad la estamos construyendo constantemente para que no se evapore y la construimos a base de volver la mirada sobre nosotros mismos. La identidad es intangible, la identidad es lo que usted piensa de sí y yo pienso de usted, y lo ideal es que concuerden, y lo que piensa de usted concuerde con lo que ha sido usted y lo que es. La literatura náhuatl hay que leerla como algo vital, creo que hay una gran sabiduría en ella.
Con estas palabras retumbando en la memoria y el corazón nos despedimos del doctor Miguel León-Portilla. Él nos agradece la visita y nos despide en la puerta de su cubículo que guarda, más que conocimiento, el sentimiento de un hombre que ama a su país y el ser universitario en el alma.
En octubre de 1995 en el Senado de la República, al recibir la medalla Belisario Domínguez el doctor Miguel León-Portilla emitió su Declaración de fe universitaria y su compromiso con México:
“Me alegra constatar que el Senado que me otorga esta distinción es hoy pluripartidista y que los miembros de los varios partidos votaron unánimemente al tomar esta decisión. Por mi parte quiero manifestar que con plena conciencia de mis obligaciones y derechos de ciudadano he comprometido mi vida con otra institución. A lo largo de cerca de 40 años he estado al servicio de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ella ha sido mi partido. En ella estudié y en ella he sido y sigo siendo maestro e investigador. Fui por 12 años director de uno de sus institutos y asimismo, durante otros 11, miembro de ese grupo colegiado que tantas veces ha contribuido a salvaguardar su integridad; me refiero a su Junta de Gobierno. Como universitario he estado comprometido y ahora refrendo mi compromiso con México, su historia, su cultura, su ser social y, en suma, su realidad plena.” 1
1 Miguel León-Portilla, México: de su historia, penurias y esperanzas, México, El Colegio Nacional, 1995, p. 9-10.
“Quien sólo conozca a León-Portilla a través de su imponente obra puede imaginarlo vanidoso, arrogante, serio, solemne; pero nada de eso resulta cierto, pues nadie es más modesto, sencillo, de afable trato, jacarandoso, vivaz, comunicativo y participe de la vida, ni más alegre y divertido en una fiesta o en una reunión, que él”. Clementina Díaz y de Ovando
Texto escrito en el año 2001.