16 febrero, 2025
Sueños

Por: Yolanda Hernández Escorcia

Ciudad de México a 22 de noviembre del 2015.-Que triste coincidencia Max, el pasado miércoles mientras me dirigía a la marcha de los normalistas de Ayotzinapa, recibí una llamada de Alicia que, entre sollozos, me confirmaba la triste noticia de tu muerte y la aparición de tu cuerpo semienterrado entre piedras y tierra en un paraje cercano a Pinotepan Nacional, Oaxaca.

El duelo, la rabia, la impotencia y la tristeza que sentía ese día por la desaparición de los 43 estudiantes desaparecidos, se hizo aún más profundo y doloroso en ese instante, como un hueco enorme en mi corazón. Pase de la negación a la incredulidad, y de ahí al llanto abierto y escandaloso, iba en el transporte público acompañada de mi hija y otras personas que esa tarde, sin duda, participarían en la protesta mundial por los normalistas de Ayotzinapa, Guerrero.

Hasta ahí se detuvo el metrobus, la marcha había comenzado y cortado la circulación. Se me acercaron unas mujeres sorprendidas que intentaron tranquilizarme, mi hija me abrazo y solidaria empezó a llorar conmigo, pero la tristeza se me desbordo en esos momentos, se me salía del cuerpo, por los ojos y  la boca en alaridos.

Enfrente de nosotras como una imagen fotográfica, el tráfico en Insurgentes y Reforma avanzaba lento y por momentos suspendido, había oscurecido de pronto y los ríos de gente que iban avanzando en la protesta, caminaban en silencio con sus velas encendidas por los jóvenes normalistas terriblemente asesinados.

Avance por Paseo de la Reforma hasta la avenida Juárez con mis veladoras encendidas, repitiendo junto con todos la numeración del uno al 43 y con coraje grite 44.  Un asesinato más, me dije, una víctima más de la delincuencia que prevalece en México, un hogar más en enlutado, un inocente más cobarde y vilmente arrancado de la vida, de sus sueños y de sus anhelos.

Algo que venía rondando por mi cabeza, desde hacía varios días, pero que me era imposible de aceptar se confirmó. “Yola ya encontraron a Max  enterrado en un paraje adelante de Pinotepan Nacional”. Ocho días antes exactamente, mi querido amigo Máximo Galeana Alberto, presidente de la Unión Regional Ganadera de la Costa de Oaxaca, había sido sustraído por la fuerza de su vehículo y obligado por un grupo de sujetos a subir a golpes a otro coche, según narraron algunos testigos.

No se llevaron ningún objeto personal de Max, pero hubiera sido preferible que le quitaran el carro, la computadora, el teléfono, pero no la vida. Es muy difícil adivinar que lleva a un hombre a deshacerse de otro con toda la sangre fría del mundo y después sepultarlo a ras de tierra sin la más mínima misericordia. Lo único que sé es que nadie se merece morir invadido por el terror y la desesperanza ,de ser presa de un par de sujetos desajustados y sanguinarios.

Me dolió tu partida Max, porque aprendí como periodista y amiga a guardarte aprecio y admiración por tu gran capacidad de líder nato que tenías, por esa forma de hablarles a tus compañeros ganaderos, con esa voz varonil y contundente y explicarles en qué consistía el trabajo que se tenía que hacer para conseguir los apoyos del gobierno.

Tu rostro reflejaba alegría al momento de repartir los sementales a los ganaderos que bajan de sus ranchos contentos por tu intervención. Eras feliz platicando con tus compañeros de la ganadera, saludando al veterinario, a tus agremiados y a tus paisanos con los que te encontrabas al paso.

No sé cual haya sido el móvil de tu asesinato, visite tu casa en San Miguel Tlacamama, conocí a tus padres y hermanos, compartí la mesa y una fresca tarde de charla en el patio de tu casa, me quede con una muy grata impresión de ser recibida por gente sencilla, trabajadora y agradecida.

Visite con Alicia tu rancho El Manantial, que te regalo tu papá cuando tenías 19 años, comprobé el gran amor que le tenías a ese espacio y a tu ganado, como lo cuidabas y ordeñabas junto con el vaquero todos los días desde muy temprana hora. Platicaste tus planes futuros, descansando un rato en la hamaca a la sombra de un gran árbol que le daba un toque de serenidad muy especial a paisaje, sometido a un calor cotidiano de más de 35 grados centígrados.

Un día me dijiste en entrevista. “Soy un hombre de retos y compromisos, tengo bien definidas mis metas a alcanzar y poco a poco voy a cumplir con los objetivos de mi Programa de Trabajo, para hacer frente a esta gran responsabilidad, de dirigir los intereses de los ganaderos que confiaron en mi capacidad y liderazgo”

Sé que si vivieras el sueño que tanto anhelaste de convertirte en un destacado ganadero lechero, al igual que tu señor padre, lo hubieras alcanzado porque eras un líder auténtico, un hombre metódico y trabajador que amaba el campo y sobre todo tus raíces y al pueblo que te vio nacer, donde te quedaste descansando para siempre y dónde todos te recordarán siempre como el profesor Max.

*Texto escrito hace exactamente un año

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