La agricultura campesina garante de preservación ecológica, alimentación sana y equilibrios demográficos
Académicos, investigadores y representantes sociales debatieron el tema de la agricultura campesina versus el agronegocio, durante el segundo día de conferencias y mesas de diálogo del “Encuentro Internacional Economía Campesina y Agroecología en América: movimientos sociales, diálogo de saberes y políticas públicas”, que se celebra por el 20 aniversario de la Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras de Productores del Campo (ANEC).
En el encuentro, que se realiza en el Hotel Fiesta Americana, de la Ciudad de México, los expertos destacaron la importancia que tiene la agricultura campesina e indígena para frenar el deterioro ecológico brutal que sufre el planeta y mejorar la alimentación y nutrición de la población, así como en el establecimiento de equilibrios demográficos en la sociedad rural, cuyos jóvenes emigran hoy para buscar mejores ingresos.
Francois Houtart, del Instituto de Altos Estudios Nacionales de Ecuador, señaló que en diversas regiones del mundo, como Asia y América Latina, se reflexiona sobre la importancia de la producción a pequeña escala, con rostro indígena, la cual presenta muchas ventajas frente al agronegocio, que en buena parte se orienta a la exportación. Y sin embargo la acciones políticas y económicas de los países, incluso de los progresistas, fortalecen a este último, con riesgos climáticos y de sobrevivencia humana muy serios.
Houtart dijo que la agricultura campesina, se enfoca a una nutrición de calidad diversificada, permite restablecer el equilibrio en la relación entre el hombre y la naturaleza y dignifica y valoriza la actividad del campo. En cambio, la agricultura industrial propicia el deterioro ambiental, y al estar interesada más en la cantidad que en la calidad, genera una oferta de productos que son responsables de la crisis global de obesidad.
“La destrucción puede ser grave e irreversible. En la selva amazónica, en África, en el sureste de Asia, en todas partes, sobre todo en el sur del planeta, crece la deforestación. Tan sólo en la selva amazónica de Brasil en 2013 se destruyó un área equivalente a 21 veces el territorio de Bélgica (…) Todos los países que tienen una parte de esta selva esgrimen sus razones entre comillas para destruirla. En el oeste, es el petróleo y el gas en Venezuela, Colombia, Ecuador y Bolivia. En el este las minas de Ecuador; en el sur son los cultivos de soya y palma de aceite para agro-combustibles, y en el centro es la madera y las hidroeléctricas.
“La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) dice que si esto sigue así en 40 años no habrá selva amazónica, será sólo una sabana con algunos bosques y eso afectará el clima de toda América del Sur. Estas agresiones a la madre Tierra un día se pagan. Los países dicen que sus explotaciones sirven para financiar sus programas sociales, pero es un costo muy grande. Hay una irracionalidad total en este tipo de economía”.
Consideró indispensable utilizar los organismos existentes de integración latinoamericana para crear conciencia y promover la agricultura campesina.
Víctor Manuel Toledo, del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), afirmó que hoy día estamos viviendo “un fin de época, una fase terminal de un modelo de civilización”, donde la agroecología y los campesinos forman parte, y que se expresa con una crisis múltiple: social, financiera, ecológica, económica, política y cultural profunda. “Es una combinación de crisis múltiples”, y el motor de esto es la existencia de una doble explotación: menos de uno por ciento de la población explota al resto de la humanidad, y también se explota el trabajo de la naturaleza.
Por ello, la agroecología aparece como un “modelo alternativo, inspirador, campesino, basado en modelos indígenas, que propone un proyecto de vida, que va a ir derrotando al proyecto de muerte que implica la agricultura industrial. Esto tiene que ver con territorios concretos, donde ya las batallas se están dando, y donde el poder ciudadano, civil tiene que irse imponiendo”, dijo
Explicó que en México, donde “no tenemos una crisis ambiental, sino un colapso ambiental”, suman hoy día 280 o 300 los conflictos socio ambientales donde hay resistencias campesinas y civiles frente a proyectos de muerte, de minería, de parques eólicos, de hidroeléctricas, de agro negocios, etcétera. Y dos nuevas eventualidades se van agregando cada día.
Pero se observa que se están conformando “redes de redes” para enfrentar esos proyectos. Por ejemplo el Congreso de Pueblos de Morelos integra a 30 comunidades que luchan contra acueductos, autopistas e hidroeléctricas que amenazan con desplazarlos de sus tierras. En el Istmo de Tehuantepec diez comunidades están actuando concertadamente para confrontar parques eólicos. Todos estos conflictos han costado vidas, dijo: 50 ambientalistas fueron asesinados durante los diez años recientes.
Toledo afirmó que la acción ciudadana de resistencia deriva en caminos sustentables. “En cinco estados de la República, Puebla, Oaxaca, Chiapas, Quinta Roo y Michoacán observamos dos mil proyectos de sustentabilidad, de los cuales 500 son de carácter agroecológico. La gente se organiza y resiste y crea proyectos como el de café orgánico, con una coordinadora de pequeños productores en Chiapas”.
“Tenemos una enorme fuerza y energía, lo que se necesita es hacer converger esta fuerza para presentar un frente e ir escalando, tener organizaciones poderosas y abarcativas. No es cierto que los mexicanos estamos pasivos”.
Alejandro Calvillo, director de El Poder del Consumidor y miembro de la Alianza por la Salud Alimentaria, dijo que es necesario fortalecer la producción campesina para mejorar la alimentación. Explicó que al tomar la alimentación en sus manos, las corporaciones “producen no para alimentar, sino para ofrecer productos que se consuman más y para que los no consumidores también los consuman. Entonces esos productos han dejado de ser alimentos. Hay una triada que caracteriza a los productos comestibles ultra procesados, el azúcar, la gasa y la sal, que los hace tan adictivos como la cocaína. Son los alimentos chatarra. Y son un puñado de 10 o 12 trasnacionales las que están determinando lo que nuestros hijos desayunan y lo que come gran parte de la población mundial”.
Por tanto, dijo, “necesitamos revalorar nuestros alimentos, culturalmente y en términos de valor nutricional”.
Por su parte Gisela Espinosa Damián, académica de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco, dijo que hay tres fenómenos que marcan hoy al campo mexicano: la feminización, “la desjuvenización” (la emigración de jóvenes hacia las ciudades y hacia Estados Unidos) y en envejecimiento de la población. “Cualquier proyecto que se quiera impulsar tiene que considerar estos procesos.
Resaltó que la gente que emigra del campo tiene principalmente entre 15 y 29 años de edad, y el segundo segmento que sale tiene entre 29 y 45 años. “Esto indica que hay un proceso de ‘desjuvenización’ y esto quiere decir que se va la fuerza de trabajo del medio rural, pero también hay que interpretarlo en el sentido de que se va la gente que en el campo podría ser el relevo generacional. Se está creando en el medio rural una especie de eslabón perdido que tiene puesta su mirada en el sueño americano y no logramos ofrecerles un sueño mexicano que los detenga”.
Por último, Pierre Vuarin, de la Universidad Internacional Tierra Ciudadana, de Francia, destacó el enfoque de los sistemas alimentarios en las ciudades. “Hay necesidad de recuperar este tema, pues es claro el desarrollo importante de la obesidad en el mundo… en América latina, pero también en África y Asia”. El tema, dijo, deba abordarse considerando una coalición de actores públicos y privados, e involucrando el principio global de la soberanía alimentaria”.